martes, 25 de noviembre de 2014

LA FERIA DE TRISTÁN NARVAJA ESTÁ LLENA DE COLECCIONABLES

Cuando se les preguntó a los coleccionistas ya entrevistados en el blog dónde conseguían las piezas de colección, ninguno dejó de nombrar la Feria de Tistán Narvaja. 
Es uno de los paseos típicos de Montevideo. Se realiza los domingos por la mañana sobre la calle Tristán Narvaja y allí se pueden encontrar alimentos, joyas, ropa, libros, discos y reliquias, entre muchos otros artículos. La extravagancia y la diversidad de la mercadería que ofrecen los feriantes hace de la feria el lugar ideal para el coleccionista. 

¡Mirá algunas fotos!

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lunes, 10 de noviembre de 2014

LA ALCANCÍA

Si entrás a Galería Central por Julio Herrera y Obes, el primer local a la derecha.

Daniel Fernández abrió La alcancía en el año 2010, después de dos años de vender coleccionables en Mercado Libre.

"Acá viene mucha gente a vender la colección que heredó y mucha gente a comprar cosas para organizar alguna colección que heredó”.

La alcancía es el lugar ideal para el coleccionista. Daniel no solo se encarga de vender artículos de colección sino que vende álbumes y carpetas para ordenarlos. Se interesa mucho por la numismática y tiene catálogos especializados de monedas y billetes uruguayos. Además, vende guías donde se encuentran todas las monedas del mundo agrupadas cada cien años, con el valor de mercado correspondiente, según el estado de conservación.

Monedas, medallas, soldaditos de juguete, estampillas, coleccionables de whisky… de todo, mucho.

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Si querés comprar online: http://eshops.mercadolibre.com.uy/la+alcancia http://shop.ebay.com/merchant/la_alacancia

martes, 4 de noviembre de 2014

UN RINCÓN EN GALERÍA CENTRAL

Lo único que sabía de él era que proveía a coleccionistas y que tenía un local en Galería Central. Fui hasta el lugar. Supuse, por ignorancia o atrevimiento, que alguien que en un local pequeño tenía tanta cantidad de libros, diarios y reliquias, era un aficionado: un coleccionista.

Estaba cerrado, así que disqué un número que estaba escrito en la vitrina y coordiné una entrevista para el día siguiente.

Volví el viernes por la tarde. “Eduardo Orenstein”, dijo desde su silla. “Adelante”.

El lugar es cálido y acogedor, tal vez sea por esa magia que irradia lo vintage. “Vivís en Buenos Aires, ¿no?”, pregunté, aunque la respuesta estaba en el acento: “sí”. Lentes, barba y la voz grave y clara.

“Yo no me considero coleccionista. De hecho, desprecio bastante –por más que tal vez lo sea en algún sentido – a los coleccionistas. No es una cualidad que yo valoro”.

Así inició la conversación. ¿Era solo un negocio? ¿Cómo había conseguido tantos objetos y reliquias?

“Es cierto que yo tengo una esencia coleccionista. Me gustan los objetos, soy obsesivo, también, entonces me gusta ordenarlos. Me gusta – si es una sucesión numérica – completar los números. Tengo muchos rasgos propios del coleccionista, pero bueno, es con lo que lucho, como luchan casi todos los humanos con sus propias contradicciones. No me considero coleccionista y no considero que mi característica coleccionista sea una virtud; es una circunstancia. Los coleccionistas (…) no son lo que llamaríamos virtuosos: son unos obsesivos de lo material”.

Un apasionado de los objetos que no quiere ser coleccionista. Los junta. Los vende. Conoce a muchos coleccionistas e incluso los cataloga. “Agujeros negros” es una de sus categorías: ahí se encuentran los que “adquieren un objeto, tienen la satisfacción de tenerlo – muchas veces es el único objeto que se consigue – y de ahí el objeto perdió cualquier otra posibilidad de acceso para el resto de la humanidad. Entonces es como un agujero negro en el sentido de que ‘chupan’ y ya está; el objeto está perdido para siempre. Salvo que se muera y que haya un descendiente que luego tenga la buena idea de revenderlo o hacerlo recircular”.

“A mí siempre me gustaron los objetos y tengo muchos, pero heterogéneos (…). Los objetos me seducen, tengo un costado fetichista, no completista. Mi casa no es minimal, no son paredes blancas y vacías, no son muebles cuadrados donde apenas hay un florerito. Hay muchas cosas. ¿Por qué? Porque los objetos a mí me sirven de inspiración, me provocan muchas cosas”.

Observé el local. Diarios, revistas, álbumes, historietas, folletería, artículos de publicidad y de cine…

“A mí hay una cosa que sí me gusta y que de alguna forma colecciono (si querés decirle así), y son colecciones. A mí cualquier colección de cualquier cosa me llama la atención y eso me gusta y lo guardo. Y por lo general, si es obsoleta, mejor”.

Bajó el volumen de la radio y comenzó a contarme, entusiasmado, sobre las colecciones que había adquirido.

 “Una vez conseguí una colección de boletos capicúa. Tenía todos los boletos capicúas, ¡todos! Era de un señor que había puesto todos los boletos capicúas en un álbum, los había ordenado y a las tapas del álbum las había hecho firmar por cada uno de los que le habían dado boletos (…). Pasa que el señor era ascensorista en un edificio (…). Imaginate vos a un individuo que iba para su casa y durante todo el día subía y bajaba en el ascensor, y adentro de ese cubículo hablaba con la gente – debía ser simpático – les comentaba su pasión y cada uno venía luego y le traía los boletos. Él con eso armo una colección (…). Eso para mí tiene mucha carga”.

Sin embargo, esta no es la colección que Orenstein considera más extravagante.

“Tengo, por ejemplo, una colección de bellos púbicos (…) que son de una sola mujer en relación con un solo hombre. Porque no son ‘de trofeo’. Para mí eso es extraordinario porque, además, es una prueba máxima de amor en el sentido de que es un hombre con una sola mujer”.

La colección es peruana. Estuvo un año para obtenerla. La consiguió por medio de un amigo que sabía que le interesaría, pero no solo por la excentricidad de la misma.

“Me interesa mucho el erotismo (…). Ahora tengo un nuevo proyecto: estoy estableciendo el Museo Erótico de Buenos Aires. Ahí estoy juntando una serie de objetos; eso sí es colección, porque en principio no vendo. Pero el sentido que tiene es ser un lugar de acceso al público”.

Eduardo ha visitado varios museos eróticos del mundo. Nueva York, París, Amsterdam, son algunos de los que nombró. Él comenzó a juntar objetos que le interesaban y cuando se dio cuenta de que tenía un volumen importante de objetos eróticos, decidió armar el museo. Todavía no abrió el lugar físico, pero ya tiene una web donde se pueden ver algunas piezas (pocas, en relación a las que posee) y entre ellas hay fotos de la colección de bellos púbicos de la que habló.

¿Su perspectiva? “Son cosas que reflejan un aspecto de la humanidad que, por lo menos, es sugerente. Yo parto de la teoría de que lo que se consume, se difunde, se lee, lo que oficialmente se llama ‘cultura’, que se enseña y se intercambia, es apenas la punta del iceberg de lo que hace a un individuo (…). Entonces, con temas tan marginales como puede llegar a ser, entre otros, el erótico o el que tenga que ver con la actividad sexual, es como si se abriera una puerta hacia algo desconocido. A mí tampoco me interesa mucho interpretarlo, sino simplemente sugerirlo”.

Un hombre ingresó al local.

-       ¿Necesita algo, señor? – preguntó, amable, Orenstein.
-       Entré por curiosidad – le respondió.

Es que el rincón de la Galería Central tiene mucho para ver y contar. Mientras me despedía, Eduardo ordenaba folletos antiguos de cine.

“¿No sos coleccionista, entonces?”, insistí.

“El coleccionista tiene esa satisfacción masturbatoria de agarrar y decir ‘ta, tengo el objeto’. Pero es un orgasmo muy chiquito, muy rápido. Y si completó la colección ya está, ya no va a tener más orgasmos”.