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miércoles, 17 de diciembre de 2014

EL NIÑO QUE COLECCIONABA TARJETAS

Los avances tecnológicos han dejado en desuso los teléfonos públicos, y con ellos las tarjetas electrónicas. ¿Aún se venden?, pueden preguntarse algunos. Sí. Pero lo cierto es que ya no son tan habituales como antes; con el uso masivo del celular, muchos dejamos atrás la idea de comprar una.

Algunos objetos son capaces de remontarnos a un tiempo, a una época, a un momento. Cuando Gonzalo me mostró su colección de tarjetas electrónicas de Antel, vi a la niña pícara que corría al kiosco con $10 para comprar una de éstas e insertarla en el teléfono de la plaza y llamar a sus amigas o, de cuando en cuando, hacer alguna broma telefónica.

Así que le pregunté qué le transmitían a él, y me contó del niño que se paraba en cada teléfono público a mirar si alguien había olvidado alguna en la carcasa azul, o a revolver el basurero más cercano porque, tal vez, aparecía alguna sin crédito para su colección. Me habló de flora y de fauna y de un montón de temas característicos de nuestro país. “Esta, por ejemplo, es de los juegos olímpicos, y hay varias más”. “Colocá estas tres, una al lado de la otra, que forman la cara de Artigas” y “…mirá todos los pájaros y árboles que hay acá”.

Gonzalo Barboza comenzó a coleccionar las tarjetas en 1998, cuando tenía 8 años, pero se esmeró en conseguir las primeras: “esta es la número 1, de 1994”. Todas las tarjetas tienen número y, dependiendo del valor y la fecha, una imagen referida al Uruguay. Al dorso, la información. “A mí no me interesaba coleccionar, me interesaban las tarjetas, por eso empecé a coleccionarlas, y aprendí mucho de ellas”.

Hoy, con 24 años, Gonzalo no continúa coleccionando. Tiene casi 500 tarjetas electrónicas y le son suficientes. No piensa en vender su colección, sino usarla para realizar un mural. Tiene una tarjeta favorita: “mi mejor tarjeta es la 270, la de los 5 años de Antel, es transparente… fue la que más me costó conseguir”. Su familia aportó mucho: todos guardaban tarjetas para colaborar con la colección.

Si bien no considera que el coleccionismo sea siempre una adicción, comentó que tiene mucho de esto: “en algún momento me sentí muy obsesionado con alguna (tarjeta) que me faltaba (…) hoy en día no tengo en mente completar la colección – aún me faltan – pero, quién sabe...”

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martes, 25 de noviembre de 2014

LA FERIA DE TRISTÁN NARVAJA ESTÁ LLENA DE COLECCIONABLES

Cuando se les preguntó a los coleccionistas ya entrevistados en el blog dónde conseguían las piezas de colección, ninguno dejó de nombrar la Feria de Tistán Narvaja. 
Es uno de los paseos típicos de Montevideo. Se realiza los domingos por la mañana sobre la calle Tristán Narvaja y allí se pueden encontrar alimentos, joyas, ropa, libros, discos y reliquias, entre muchos otros artículos. La extravagancia y la diversidad de la mercadería que ofrecen los feriantes hace de la feria el lugar ideal para el coleccionista. 

¡Mirá algunas fotos!

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lunes, 10 de noviembre de 2014

LA ALCANCÍA

Si entrás a Galería Central por Julio Herrera y Obes, el primer local a la derecha.

Daniel Fernández abrió La alcancía en el año 2010, después de dos años de vender coleccionables en Mercado Libre.

"Acá viene mucha gente a vender la colección que heredó y mucha gente a comprar cosas para organizar alguna colección que heredó”.

La alcancía es el lugar ideal para el coleccionista. Daniel no solo se encarga de vender artículos de colección sino que vende álbumes y carpetas para ordenarlos. Se interesa mucho por la numismática y tiene catálogos especializados de monedas y billetes uruguayos. Además, vende guías donde se encuentran todas las monedas del mundo agrupadas cada cien años, con el valor de mercado correspondiente, según el estado de conservación.

Monedas, medallas, soldaditos de juguete, estampillas, coleccionables de whisky… de todo, mucho.

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Si querés comprar online: http://eshops.mercadolibre.com.uy/la+alcancia http://shop.ebay.com/merchant/la_alacancia

martes, 4 de noviembre de 2014

UN RINCÓN EN GALERÍA CENTRAL

Lo único que sabía de él era que proveía a coleccionistas y que tenía un local en Galería Central. Fui hasta el lugar. Supuse, por ignorancia o atrevimiento, que alguien que en un local pequeño tenía tanta cantidad de libros, diarios y reliquias, era un aficionado: un coleccionista.

Estaba cerrado, así que disqué un número que estaba escrito en la vitrina y coordiné una entrevista para el día siguiente.

Volví el viernes por la tarde. “Eduardo Orenstein”, dijo desde su silla. “Adelante”.

El lugar es cálido y acogedor, tal vez sea por esa magia que irradia lo vintage. “Vivís en Buenos Aires, ¿no?”, pregunté, aunque la respuesta estaba en el acento: “sí”. Lentes, barba y la voz grave y clara.

“Yo no me considero coleccionista. De hecho, desprecio bastante –por más que tal vez lo sea en algún sentido – a los coleccionistas. No es una cualidad que yo valoro”.

Así inició la conversación. ¿Era solo un negocio? ¿Cómo había conseguido tantos objetos y reliquias?

“Es cierto que yo tengo una esencia coleccionista. Me gustan los objetos, soy obsesivo, también, entonces me gusta ordenarlos. Me gusta – si es una sucesión numérica – completar los números. Tengo muchos rasgos propios del coleccionista, pero bueno, es con lo que lucho, como luchan casi todos los humanos con sus propias contradicciones. No me considero coleccionista y no considero que mi característica coleccionista sea una virtud; es una circunstancia. Los coleccionistas (…) no son lo que llamaríamos virtuosos: son unos obsesivos de lo material”.

Un apasionado de los objetos que no quiere ser coleccionista. Los junta. Los vende. Conoce a muchos coleccionistas e incluso los cataloga. “Agujeros negros” es una de sus categorías: ahí se encuentran los que “adquieren un objeto, tienen la satisfacción de tenerlo – muchas veces es el único objeto que se consigue – y de ahí el objeto perdió cualquier otra posibilidad de acceso para el resto de la humanidad. Entonces es como un agujero negro en el sentido de que ‘chupan’ y ya está; el objeto está perdido para siempre. Salvo que se muera y que haya un descendiente que luego tenga la buena idea de revenderlo o hacerlo recircular”.

“A mí siempre me gustaron los objetos y tengo muchos, pero heterogéneos (…). Los objetos me seducen, tengo un costado fetichista, no completista. Mi casa no es minimal, no son paredes blancas y vacías, no son muebles cuadrados donde apenas hay un florerito. Hay muchas cosas. ¿Por qué? Porque los objetos a mí me sirven de inspiración, me provocan muchas cosas”.

Observé el local. Diarios, revistas, álbumes, historietas, folletería, artículos de publicidad y de cine…

“A mí hay una cosa que sí me gusta y que de alguna forma colecciono (si querés decirle así), y son colecciones. A mí cualquier colección de cualquier cosa me llama la atención y eso me gusta y lo guardo. Y por lo general, si es obsoleta, mejor”.

Bajó el volumen de la radio y comenzó a contarme, entusiasmado, sobre las colecciones que había adquirido.

 “Una vez conseguí una colección de boletos capicúa. Tenía todos los boletos capicúas, ¡todos! Era de un señor que había puesto todos los boletos capicúas en un álbum, los había ordenado y a las tapas del álbum las había hecho firmar por cada uno de los que le habían dado boletos (…). Pasa que el señor era ascensorista en un edificio (…). Imaginate vos a un individuo que iba para su casa y durante todo el día subía y bajaba en el ascensor, y adentro de ese cubículo hablaba con la gente – debía ser simpático – les comentaba su pasión y cada uno venía luego y le traía los boletos. Él con eso armo una colección (…). Eso para mí tiene mucha carga”.

Sin embargo, esta no es la colección que Orenstein considera más extravagante.

“Tengo, por ejemplo, una colección de bellos púbicos (…) que son de una sola mujer en relación con un solo hombre. Porque no son ‘de trofeo’. Para mí eso es extraordinario porque, además, es una prueba máxima de amor en el sentido de que es un hombre con una sola mujer”.

La colección es peruana. Estuvo un año para obtenerla. La consiguió por medio de un amigo que sabía que le interesaría, pero no solo por la excentricidad de la misma.

“Me interesa mucho el erotismo (…). Ahora tengo un nuevo proyecto: estoy estableciendo el Museo Erótico de Buenos Aires. Ahí estoy juntando una serie de objetos; eso sí es colección, porque en principio no vendo. Pero el sentido que tiene es ser un lugar de acceso al público”.

Eduardo ha visitado varios museos eróticos del mundo. Nueva York, París, Amsterdam, son algunos de los que nombró. Él comenzó a juntar objetos que le interesaban y cuando se dio cuenta de que tenía un volumen importante de objetos eróticos, decidió armar el museo. Todavía no abrió el lugar físico, pero ya tiene una web donde se pueden ver algunas piezas (pocas, en relación a las que posee) y entre ellas hay fotos de la colección de bellos púbicos de la que habló.

¿Su perspectiva? “Son cosas que reflejan un aspecto de la humanidad que, por lo menos, es sugerente. Yo parto de la teoría de que lo que se consume, se difunde, se lee, lo que oficialmente se llama ‘cultura’, que se enseña y se intercambia, es apenas la punta del iceberg de lo que hace a un individuo (…). Entonces, con temas tan marginales como puede llegar a ser, entre otros, el erótico o el que tenga que ver con la actividad sexual, es como si se abriera una puerta hacia algo desconocido. A mí tampoco me interesa mucho interpretarlo, sino simplemente sugerirlo”.

Un hombre ingresó al local.

-       ¿Necesita algo, señor? – preguntó, amable, Orenstein.
-       Entré por curiosidad – le respondió.

Es que el rincón de la Galería Central tiene mucho para ver y contar. Mientras me despedía, Eduardo ordenaba folletos antiguos de cine.

“¿No sos coleccionista, entonces?”, insistí.

“El coleccionista tiene esa satisfacción masturbatoria de agarrar y decir ‘ta, tengo el objeto’. Pero es un orgasmo muy chiquito, muy rápido. Y si completó la colección ya está, ya no va a tener más orgasmos”. 

martes, 30 de septiembre de 2014

MARCOS SILVERA ANTÚNEZ

"El coleccionismo, el sentimiento de juntar cosas, no se puede inventar, no se puede obligar; viene con el ser humano. Yo desde muy chico juntaba cosas".

Marcos Silvera Antúnez nos recibió en su oficina. El historiador uruguayo de 66 años tiene 35 libros publicados, casi todos de “temas coleccionables”.

Si googleamos su nombre, aparecerá vinculado al coleccionismo, a la historia, las monedas uruguayas y al Club Atlético Peñarol, entre otros. Pero siempre a Uruguay. Para Silvera, un objeto que no pertenece o perteneció, en algún momento, a nuestro país, pierde el sentido de pertenecer a sus colecciones.

Al principio coleccionaba historietas, luego fueron estampillas, y a los 15 años, con más formalismo, empezó a coleccionar álbumes de figuritas.

"Antes los álbumes aportaban cultura. En cada figurita podías ver maravillas del mundo. Ahora, que he tenido la suerte de viajar, puedo reconocer en mis viajes las cosas que aprendí de los álbumes de figuritas (...) para mí tienen un valor especial".

Silvera hace énfasis en la historia de los objetos y dice que, por lo general, las colecciones se vinculan con un pasado; que es lo que más apasiona a la mayoría de los completistas.

"Hay dos tipos de coleccionistas, ¿sabés?, sin desvalorizar a ninguno. Por un lado, están los 'juntadores': juntan objetos; cosas. Y por otro lado, están los coleccionistas que buscan ser lo más completistas posible. Buscan qué hay detrás del objeto, es decir, el objeto por sí solo se puede juntar, pero a quien le interese el tema de coleccionar y avanzar tiene que saber; investigar. Porque detrás de todo objeto de colección hay una historia. Historia del tiempo, de los dibujantes, de los pintores, los constructores: todos lo que tuvieron que ver con eso y por qué es determinada cosa".

El historiador comenta que le apasiona investigar, buscar, averiguar, informarse; porque "hay un montón de sorpresas que te da la historia". Cuenta que los datos los saca de documentos pertenecientes a la Biblioteca Nacional, a la prensa de determinada época, y que para encontrar los objetos concurre a comercios de antigüedades, reliquias, o a la feria de Tristán Narvaja.

"Soy muy completista, me gusta tener todo, y además me gusta saber qué hay detrás de cada objeto, por qué, cómo, quién, dónde (...). Uno, más en los comienzos, tiene que estar arriba de la pieza, recorriendo comercios, lugares donde venden reliquias, pero cuando ya te hacés conocido, muchas veces te llaman para decirte 'Mirá, encontré tal cosa'".

Entre risas, cuenta algunas historias de sus amigos coleccionistas.

"Yo había dejado mi número de teléfono en una exposición (...) y un día me llamó un señor. Me dijo que acababa de saber qué era lo que quería de su vida, y era coleccionar figuritas. Entonces me preguntó dónde podría comprar. Le di la información y me lo agradeció. Salió y barrió todo lo que encontró. Ahora se jubiló y está en la casa comprando figuritas, enloquecido (ríe). Hoy, detrás de mí, es el coleccionista que más álbumes de figuritas tiene. Y pensar que me había dicho que no se imaginaba cómo alguien podía tener la cantidad de álbumes que yo tenía".

El coleccionismo lo acompaña desde que era un niño, y si bien nadie le explicó cómo había que coleccionar, siempre supo que debía ser cuidadoso para que este hobby no se convirtiera en adicción.

"Es un tema donde hay que tener cuidado, porque puede transformarse en algo que te desacomode económicamente, podés dejar de lado la familia para gastar. Hay que lograr el equilibrio. Coleccionar no significa tener que tener mucho dinero, todo depende de lo que colecciones".

Marcos no vive del coleccionismo. Le gusta investigar, escribir y coleccionar, pero todo esto no tiene nada que ver con su actividad empresarial.

"Por lo general, el coleccionista no lo hace como negocio. Yo no pago por algo pensando en cuánto lo puedo vender. Para el coleccionista, lo más valioso es lo que le falta".

Actualmente está trabajando en su próximo libro.

"Lo último que empecé a agregar a mis colecciones son naipes. Naipes uruguayos, claro, los demás no me interesan. Empecé en noviembre a juntar la información que recopilé investigando, y ya está casi terminado".