Poco
tiempo atrás, decidí que este blog sería un espacio dedicado al mundo del
coleccionismo. Nunca coleccioné nada, y se me hacía difícil -y admirable-
entender cómo algunas personas eran capaces de juntar cientos de objetos de
alguna similitud y guardarlos y ordenarlos durante años, y recordar su lugar y
su historia. Pero había algo que me intrigaba aún más: ¿por qué? Así que
me acerqué a este mundo y empecé a buscar historias. Tal vez, yo también podría
coleccionarlas.
Si googleamos
coleccionismo, muchas veces aparece relacionado a adicción. Me propuse, a
través de mis entrevistados, cuestionar este mito y preguntarle a los
verdaderos protagonistas qué tanto hay de verdad y cómo viven ellos la
posibilidad de volverse adicto a sus objetos.
La respuesta
no fue exacta, pero me llevé un montón de historias y vivencias: me sorprendió
el cariño con que los coleccionistas hablan de sus objetos, las infinitas
relaciones que pueden establecerse entre “algo” y “alguien”, comprobar, una vez
más, que si bien lo material no es imprescindible, todos necesitamos simbolizar
en alguna cosa tangible un recuerdo, un dolor, un amor…
En este viaje
conocí la sencillez de Daniela, la constancia de Emilio, la ternura de Lalá, la
pulcritud de Susana, que junto a las reflexiones Roger y tantos otros, me
ayudaron permitieron asomarme a un universo personal, irrepetible y singular.
Como dijo Gastón, “las
colecciones a uno lo hacen enfrentarse con quien es”.
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